TREN ©
Pensé en esperar el próximo tren, pero no daba más y quería llegar a mi casa. Estaba demasiado lleno así que me moví entre la gente como pude hasta uno de esos descansos que tiene el Sarmiento que no es furgón ni nexo entre vagones. Me afirmé agarrándome de uno de los costados de una pared metálica cerca de una puerta y descarté el pasamano, porque estaba demasiado alto. Viernes, hora pico en Buenos Aires hacia el oeste, es el mismo infierno.
Comenzó a llenarse cada vez más de gente y en Floresta, detrás de mí se
acomodó un hombre al que no le pude ver la cara, pero si sentí la fuerza que
hacía para no aplastarme cada vez que otra persona pasaba por detrás suyo. En
un momento no pudo evitarlo y sin querer rosó su bragueta con una de mis nalgas
y lanzó apurado y bajito “Perdón”. A la altura de Liniers, en el
tren había una marea de gente, entonces se soltó del pasamano y apoyó la palma
contra la pared para hacer tope con su brazo, pasándolo muy cerca del costado
de mi cara. Pude ver que llevaba una camisa rosada arremangada hasta el codo y
que la otra mano no la tenía disponible porque sostenía un saco con el
antebrazo. En una milésima de segundos, antes de girar la cara con disimulo
para oler su camisa, supuse que rastrearía con la nariz el sudor acumulado de
una jornada intensa de trabajo en una oficina tal vez, pero no. El Hugo Boss
inconfundible caló hondo cerrándome los ojos al aspirarlo. Intenso, perdurable,
viril. Automáticamente quería escanear más de su persona, pero era imposible
así que bajé la mirada y vi la punta de un zapato medio pelo lustroso y
refinado pegado al taco de mi sandalia. No, estaba mal. ¿Pero cómo ver más? Si
me daba vuelta iba a ser muy alevoso, así que me conformé por unos minutos en
sentir el calor de su pecho a milímetros de mi espalda.
No me tocaba, pero lo sentía cerca. Me propuse relajarlo para que dejara de hacer fuerza con el brazo y se aflojara, así que en cuento pasó otra persona, empiné el culo chocando su delantera. No tengo ojos en la espalda pero, se’ que bajó la mirada y se quedó viéndome el culo sin saber qué hacer, al rato se recostó apoyando a fuego su bulto en la raya. Arrimó también la nariz a mi oreja y exhaló profundo. Toda su respiración había cambiado. Lo sentía tenso entre mis nalgas, no con la tensión que hacía para no aplastarme al inicio del viaje, sino otro tipo de tensión; mucho más sabrosa e íntima.
El
movimiento del viaje nos favoreció y con carpa nos fregamos exagerando los sacudones del tren y los empujones de la gente. Torcí la cabeza
relajando el cuello, para un lado y para el otro y el bufido de su calentura sacudió los pelos de mi nuca.
Paré un poco más el culo y su mano derecha, la que sostenía el saco, me tomó
con la puntita de los dedos de la tela de mi remera para sostenerme y llevarme
sobre él. No quería que me escapara. No quiero exagerar pero hasta creo que
sentí los latidos de su verga sobre el culo. Esos latidos inconfundibles que
preceden a la eyaculación y rogué que la sacara y la metiera entre mis piernas.
Hubiese sido delicioso la acomodara bajo mi calzón recostándola en una nalga, o pajearlo apretándolo fuerte con los aductores y tal vez con una de mis le empujara la verga contra mis labios para sentirlo, pero no fue así. No.
Llegamos a Castelar y el malón de gente desagotó el tren, me lo indicó el aire fresco que impregnó el ambiente, aunque no vi quiénes ni cuántos salieron. Sin darme vuelta esperé a que él volviera a acomodarse sobre mí mientras el tren volvía a arrancar, pero eso tampoco pasó. Así que me di vuelta rápido y ya no estaba. Caminé dispuesta a buscarlo entre los vagones y pude ver desde una ventana cómo la camisa rosada que sostenía un saco gris con el antebrazo, una mochila Wilson negra con ribetes anaranjados, coronada por una melena negra corta y ondulada caminaba de espaldas por el andén y se alejaba.
Jamás le vi la cara y me arrepentí no haberme
dado vuelta para tomarlo del cinturón y cuchichearle mi teléfono junto a la
oreja. Por meses, cuando iba o volvía de trabajar, prestaba atención a las mochilas de los hombres,
pero no tuve éxito.
Y no, ese no es el final. El verdadero final es que ese día, llegué a casa, corrí al baño, me bajé el calzón pegado por la baba de la calentura contenida, me senté en el bidet y dejé que el chorrito de agua tibia hiciera lo suyo. Pocas veces acabé tan rápido, tan eléctrico, tan acalambrado, tan dulce como luego de sentir al hombre de camisa rosada apoyándome en el Sarmiento.

muy buen relato..saludos desde colombia
ResponderBorrarGracias por leerme lindo. saludos desde Buenos Aires.
BorrarLeerlo y tener tacto contigo, es la mejor convinacion de estar super caliente!
ResponderBorrargracias lindo
BorrarMuy buen relato
ResponderBorrar(♡)
BorrarMuy bueno!!
ResponderBorrar(♡)
Borrarque bien expresa todo al mismo detalle que uno piensa que seria uno que estaria ahi contigo asi
ResponderBorrar💋💋💋
BorrarMagnífico relato muy bueno
ResponderBorrarGracias, me alegra te gustará. 🌼
BorrarHola me gusto mucho tu relato y como pones intriga en el suceso saludos desde mexico 😘
ResponderBorrar💋 Gracias lindo.Saludos desde Buenos Aires.
BorrarMe ha encantado. Me dejó con ganas de más, quería mucho más... seguro que igual que el tipo de la camisa rosada
ResponderBorrarYo también quedé con ganas de más 💋👅
BorrarSoy el chico de 16, que ganas de ser el del tren, me lo paraste y me lo pusiste muy duro, voy a seguir leyendo hasta acabar a chorros
ResponderBorrar16 cm claramente
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